domingo, 11 de julio de 2010

TEMA DE ANTOLOGÍA - RELATOS ERÓTICOS

GABRIELA ARAGÓN

DESAYUNO


EL móvil de palitos asiáticos se agitó cuando entró empujando la puerta con la espalda. Era como dar aviso a todos los que estábamos adentro: yo, leyendo notas aburridas sobre las elecciones municipales; la mujer del rímel corrido que pedía la tercera o cuarta taza de café encendiendo con dificultad su cigarrillo y la mesera con un gesto de carga laboral que levantaba la ceja al verlos entrar.

Venían atados de sus meñiques, un poco menos que con la mirada. EL espacio se llenó de sus risas y murmullos al oído que èl le propiciaba mientras le jugueteaba el cuello.

Con las palmas de ella y caminando para atrás detectó el asiento. Sin importar la distancia dejó caer el peso para acomodarse y se asió del cinturón de él , con un tirón lo obligó a sentarse junto a ella.

Tuve que bajar la mirada abruptamente y colocar mis ojos en cualquier línea del periódico cuando él se dio cuenta de mi indiscreta atención que les ponía.

Pedí otro jugo con hielos.

El ventilador corría lento, alguien había bajado su velocidad.

La mujer de los ojos manchados perdía su mirada en el ventanal, ni siquiera sudaba y el delicado suéter que la cubría parecía ser poco para su frío.

Con la libretita en la mano, la mesera apuntaba los detalles del pedido, pero en realidad ellos ni siquiera habían leído el menú de la carta, estaban tan entusiasmados con sus bromas tontas que ni cuenta se dieron cuando los platillos estaban listos en la mesa.

Las noticias parecen ser siempre las mismas.

Un cortado para él, un plato de hot cakes para compartir, la botella de miel de maple y un té helado para ella.

Mi vaso se había vaciado de nuevo y la sed iba aumentando. “Un vaso de agua por favor señorita… sí, con hielos , gracias”

EL maple comenzó a deslizarse en el aire para adornar los panecillos mientras la mantequilla danzaba deshaciéndose entre los dedos de ella que la esparcían. Nadie perdía detalle, estaban tan pendientes como yo de la agitación de sus respiraciones.

De pronto el maple dejó de llegar al hot cake para enredarse entre sus dedos. Era un fluido viscoso estirándose y encogiéndose, abriendo y cerrándose.

Yo comencé a perder la discreción cuando el limpiaba con su lengua las manos embadurnadas de su compañera. Parecía que a propósito colocaba gotas de maple en su cara. Manchas de dulce brillo por el cuerpo de ella, pensé.

Sin darme cuenta, yo jugueteaba con el hielo en la boca, mientras doblaba el periódico que me ensuciaba las manos de un gris molesto y lo abandonaba en la mesa.

EL café cortado saltó de la boca de él en medio de un beso atornillado que inundó la boca de ella. Su lengua le penetraba los labios con embestidas rítmicas mientras me daba cuenta de que las manos traviesas de ella sujetaban con fuerza las costuras del pantalón por debajo de la mesa.

Tenía que controlar de alguna forma este calor, mi nuca se empapaba y el ventilador estaba a punto de detenerse, cosa que me enfurecía.

Me levanté al lavabo y me pareció ver la mano de él rozando un endurecido pezón mientras lo disimulaba con un abrazo.
Me miré al espejo con la cara mojada, mi aliento empañaba el reflejo. Ojalá hubiera podido calmar mi calor, si tuviera un poco de valentía sería capaz de desnudarme y enfriaría mi piel, pero esas “ son locuras” pensé. Me tuve que conformar con enfriar solamente las sienes por breves segundos.

Regresé a mi mesa. La mesera retiraba las servilletas sucias de mi lugar. Tomé asiento para acomodar las notas de mi agenda y pedí la cuenta.

Los busqué de nuevo.

No estaban. En su mesa, el plato abandonado con gotas de miel regadas, pocas señales de breves mordidas, el cortado se había enfriado y el té helado sudaba aislado en un rincón con un charco que mojaba la mesa.

Pagué la cuenta y un raro sentimiento frustrado por no haber continuado la escena de un desayuno acalorado de esos “locos atrevidos y poco hambrientos”. Pensaba en la carencia de valentía y el exceso de formalidad que me cargo. A veces comer deseo deja más satisfecho que una buena lata de atún.

Tomé mis cosas, dejé una propina que robó una tiesa sonrisa en la mesera y al acomodarme para dar los primeros pasos, la sed me inundó de nuevo, mi garganta se secó y el silencio volvió a llenarse de las risillas que ya conocía.

EL salía del lavabo de mujeres acomodándose el pantalón mientras ella cerraba la puerta con gesto de una naturaleza impresionante. El cabello mojado de ella no otorgaba calma a las ideas que me vinieron sobre lo que pudieron vivir ahí adentro.
La mujer de los cinco o seis cafés frota sus manos buscando calidez en los alientos de tabaco. Una lágrima gotea salando su bebida.

EL ventilador ha vuelto a tomar ritmo.

Ella anuncia su despedida jalando la puerta. EL móvil de palitos asiáticos se ha agitado de nuevo. Se van enganchados de los meñiques. EL camina atado a sus labios.

Yo, solo quisiera ser un poco valiente para dejar de sentir esta sed.


0105101509

1 comentario: