miércoles, 23 de junio de 2010

TEMA DE ANTOLOGÍA - RELATOS ERÓTICOS

NASTIA T. 02/06/2010 a las 15:36

LA LLAMADA

—¿Aló?
—Sssandraaa
— ¿Sí? ¿Quién es?
—Saandraa, no sabess quien soyy.
—¿Podría hablar más claro? No entiendo lo que dice.
—Ssandraa, te veo pasar todoss los díass.
—¿Es una broma?
—Eress como el rocío para míii. Tu cabello brilla bajo el sool como el trigo frescoo. —¿Gonzalo, eres tú?
— Noo... quisiera poderr acariciar el botón de rossa que tieness entre las piernass.
Sandra tiró el auricular.
—¡Majadero!

Esa fue la primera llamada, luego vendrían otras cada vez más osadas, más irritantes.

El teléfono sonaba puntualmente después del baño vespertino, en vista de lo cual se convirtió en nocturno a pesar de cuánto le gustaba una ducha tibia al regresar del trabajo. El telefonista se adecuó al nuevo horario.

Sandra cerró furiosa todas las cortinas de su apartamento y se juró que no descansaría hasta dar con el ocioso degenerado que se empecinaba en torturarla.

Primero creyó que era uno de sus tantos galanes extranjeros quien la llamaba y se arrepintió de haber sido tan amistosa con cuanto turista alto, rubio y de ojos azules (aunque no necesariamente con cara de príncipe azul) encontraba en los cafés de moda. Esta idea fue rápidamente descartada. Sandra sabía muy bien que ellos sólo buscaban diversión autóctona, aunque, en el fondo, ella guardara la loca esperanza de que uno cayese definitivamente. ¿Para qué la iban a importunar con llamadas obscenas si ni siquiera se tomaban la molestia de escribirle una postal con saludos trillados?.

Enseguida pisó tierra y pensó que quizá era algún despechado admirador nacional quien le estaba jugando esa poco elegante broma. Sabía que a muchos su jueguito de coquetear para luego hacerse la inocente desentendida, les había dejado un amargo sabor a derrota en la memoria. Luego centró su búsqueda en algún vecino libidinoso. Pasó largas noches de vigilia frente a cada una de las ventanas, mirando con un larga vista por un pequeño hueco hecho en las cortinas; sólo consiguió un fuerte tortícolis, además de tener que comprar nuevas cortinas. Su apartamento quedaba en el quinto piso y todo lo que había alrededor del edificio eran elegantes casas de dos plantas habitadas por apacibles parejas de jubilados.

Después se dijo que quizá cometía un error al suponer que las llamadas las hacía un hombre. La persona apenas si susurraba al teléfono y su extraña manera de pronunciar parecía fingida, bien podía ser alguna vengativa rival y pensó que quizá debió haber tenido algo de escrúpulos, por lo menos con los novios de sus primas.

Ningún sospechoso fue hallado culpable; su búsqueda sólo dio como resultado ser catalogada como una “antipática neurótica con delirios de persecución” por sus conocidos.

La furia inicial dio paso a una ligera sensación de angustia que pronto se convertiría en terror. Sandra empezó a sobresaltarse cada vez que escuchaba el timbre de un teléfono, cosa gravísima para una arribista secretaria de dirección que en realidad ni siquiera sabía mecanografiar.

Un buen día, casi sin darse cuenta comenzó a grabar las llamadas.

—¿Aló?
—Sssaandraa.
—¿No vas a dejarme en paz?
—Cómo evitar sentirme atraído por tu piel suave como las orquídeas, por tus ojos dulces como las almendras, por ese musgo fresco, negro y oloroso, por esas pequeñas fresas maduras que quisiera...
Clic.
..................
—¿Aló?
—Ssssandraaa
—¡Basta ya!
—Sueño con recorrer tu selva y abrirme paso entre tus pétalos para poder beber tu néctar y penetrar profundamente en tu cáliz húmedo y tibio.
Clic.
................
—¿ Aló?
—Sssandraaa
Clic
—¡ Aló !
—Nno me cuelguess. Sólo quiero decirrrte lo mucho que me gusstan tus labioss rojoss como una amapola. Esoss labios que esconden tu pequeño pistilo grueso y salado que algún día podré acariciarr y así hacerrte gemirr como el viento entre lass hojass de los árboless.
Clic.

—¿Qué piensas?
Marita miró fijamente la grabadora con el ceño fruncido, su mano derecha tapaba su boca, parecía seriamente preocupada.
—No se puede negar que tiene un vocabulario muy florido.—Dijo y estalló en carcajadas.
—...
—(Perdón) —Sin mirar a Sandra y limpiándose un inexistente polvillo de la solapa agregó:— ¿Qué piensas hacer?
—¡No lo sé! ¡Hace ya dos meses que esto se repite todas las noches, estoy harta!
—No contestes.
—¡Si no contesto el teléfono no para de sonar! ¡Hasta lo he descolgado dos noches seguidas! Pero cuando lo colgué volvió a llamar ¡Y se puso a llorar! ¡Me voy a volver loca!
Sandra se dejó caer boca abajo sobre el gran sofá, con la cara entre los almohadones rompió en llanto.
Marita se arrodilló y empezó a acariciar el cabello de su amiga. Se sentía culpable por encontrar el asunto más cómico que trágico y al no poder evitar decirse que Sandra se lo merecía por descocada.
—No te pongas así cholita. Sé que es muy fácil decir eso cuando a uno no le suceden las cosas, pero no vas a resolver nada llorando.
Sandra levantó la cabeza, dos manchas negras se veían debajo de sus ojos a causa del rímel corrido. Marita tosió para disimular la risa.
—Por lo menos cuando le cuelgo después de escucharlo, ya no vuelve a llamar hasta el día siguiente.
—¿Has pensado en ir a la policía?
Una luz brilló en los ojos de Sandra
—No
—¡Hazlo! Algo tienen que hacer ¿No? ¿No has visto las películas?
Tienes razón.—Se sentó. —Para eso están ¿No?
Marita volvió a fruncir el ceño
—Dime cholita, hay algo que me da vueltas en la cabeza ,—y agregó mirándole fijamente a los ojos,—¿Cómo es que tienes el vello púbico negro si tu cabello es castaño claro?
Sandra volvió a romper en llanto.

El policía no levantó la mirada del crucigrama.
—Siseñoritaenquélepuedoservir.
—Vengo a denunciar unas llamadas obscenas.
El policía seguía escribiendo.
—...Qui... siera saber si pueden intervenir mi teléfono y..
— No contamos con el equipo adecuado.—Contestó sin mirarla.
—¡ Pues no sé qué pueden hacer, pero algo harán! ¿No?.
—¿No conoce a la persona que la llama?
—No, no sé quién es. Es más por la voz no se puede saber si es hombre o mujer.
—¿Ha hecho algo más que llamarla por teléfono? Golpearla, perseguirla.
Sandra lo miró boquiabierta. Pasaron unos segundos para que reaccionara.
—¿¡Pero no escuchó que no sé quién es!? ¡ O sea, que debo esperar a que me maten para que la policía haga algo!
El policía la miró por primera vez.
—Mire, señorita ¿dónde cree que está? ¿En Nueva Llor? No podemos ocupar personal para su protección sólo porque le dicen cochinadas por teléfono. Si por lo menos la golpearan, ya es otra cosa, pero por unas llamaditas... Estamos en el Perú, todos hacen lo que les da la gana. Si tanto le molesta ¿por qué no cambia de número?
Y eso fue lo que hizo, no sin antes maldecir a la Policía Nacional.

—¿Aló?
—Sssandraa
Sandra empezó a temblar ligeramente.
—Porrqué quieres huir de míi, yo no quiero hacerte dañoo.
El temblor se hizo más fuerte.
—Solo quiero oler el perfume de tu piell, lamer tu estambre ssuave y cálido, beber tu savia, recorrer lo más profundo de tu ser hasta que gritesss de palcerr.
—Basta ya... ¡Basta ya! ¡BASTA YA!
¡Clic!

Pasaron seis meses desde la primera llamada, Sandra había adelgazado cinco quilos y olía a rancio pues en su apartamento nadie podía abrir las cortinas sin que ella empezara a gimotear. Sus uñas lucían mordisqueadas, no se maquillaba, el único color en su rostro eran unas feas manchas azules debajo de los ojos a causa del insomnio y la raíz de su cabello se veía más oscura. Sus pocas amigas simulaban no conocerla, eso no le importaba pues pasaba frente a ellas sin verlas; sólo Marita seguía fiel, quizá porque la conocía desde el colegio.

Al parecer fue ella quien le sugirió que tal vez lo mejor era dialogar con su torturador, lo cierto es que sin saber muy bien cómo, la idea germinó en su cerebro. Y así un buen día después de su ducha, esperó la llamada.

—¿Aló?—contestó serena.
—Sssandraa.
—Si, ¿Qué quieres?
—Quiero penetrar en tu cálizz y bañarme en tu savia para calmar mi seed.
—Creo que eso ya me lo has dicho antes. ¿Se te están acabando las ideas?
—Sssandraa, estás hablandoo conmigoo.
—Si, quiero llegar a un acuerdo, quiero que dejes de molestarme.
—No ess mi intención molestarteee.
—Pero lo haces, me estas volviendo loca,—gimió— ¿qué es lo que quieres? ¿Quién eres?
—Me vess todos los díass y no sabes quién soyy. Pasas a mi ladoo indiferentee y, sin embargo, una vez me defendistee.

Un vago recuerdo revoloteaba insistente dentro de la cabeza de Sandra. Escuchó un pequeño ruido, la ventana de su cuarto se abrió ligeramente.
—Impedisste mi muerte, desde ese día te amoo.
Sandra avanzó sin hacer ruido y con el teléfono pegado a la oreja, hacia su cuarto. Desde la puerta y con la luz apagada, se esforzó por distinguir una silueta detrás de la ventana, no parecía haber nadie. “Qué tonta, sólo el hombre araña podría estar a esta altura”, pensó.
—Nooo dejo de pensar en tii. —La ventana se abrió un poco más, una tímida sombra verde se asomaba.—Quissiera demostrarte todo mi afectoo.La revoloteante idea tomó una forma definida y la angustia ante lo imposible se apoderó de Sandra.—Quisiera ser la hiedra que se trepa en tus columnas y se une a tii para siempre.
De pronto se percató de que la voz ya no venía del teléfono, estaba allí, en su cuarto con ella, mientras la enredadera que cubría la parte frontal del edificio entraba poco a poco por la ventana. Sintió nauseas, abrió la boca como para pegar un fuerte grito, sólo un extraño y débil graznido salió de su garganta.
—Sssandra. Yo nunca te haría daño. Tú me salvastee.

A Sandra le intrigó ver tanta cantidad de hombres vestidos con overoles grises ante la puerta principal del edificio.
—¿Qué pasa?—Preguntó al portero, quien estaba junto con los hombres de gris.
—Nada señorita, vamos a tumbar la enredadera.
—¡Ay! ¿Por qué?—Dijo haciendo una mueca de disgusto.
—Porque está cubriendo las ventanas. Los inquilinos dicen “de que” les quita la luz y” de que” entran animales al apartamento. Hay arañas bien feas, pican duro.
— Pero no es necesario cortar la planta, basta con cortar las ramas que cubren las ventanas. Da más trabajo, pero se conserva la enredadera que se ve bonita así sobre el muro ¿Quién decidió que la cortaran?
—Algunos vecinos firmaron una carta.
—¿Así? ¿Sin pedir la opinión de todos? ¡Qué tal raza! No la corten, déjeme una semana y le consigo más firmas pidiendo que la planta se quede donde está.
Y lo logró, una semana después presentaba una carta con tres veces más de firmas. Se sintió muy orgullosa de lo que ella llamaba su gran conciencia “ecologista”. No se ofendía cuando los vecinos contrarios a sus ideales la llamaban “la hierbera”, mas bien los miraba con lástima y desprecio como a individuos inferiores. Nunca se enteró que el mote se convirtió en boca de los más jóvenes en “la pajera”, tampoco se fijo en que una rama de la enredadera, sólo una, crecía poco a poco en dirección de la ventana de su cuarto.

—Sssandraa, te amooo.
La enredadera avanzaba lentamente, susurrando. Sandra dejó caer el auricular. La planta llegó a sus pies y empezó a envolverla sin apretarla, subió hasta su rostro.
—Estass flores son solo para tii.

Sandra vio cómo unos pequeños botones rojos se abrieron dejando ver unos gruesos estambres amarillos que como minúsculas lenguas, comenzaron a lamer su cuerpo. Los estambres eran esponjosos y tibios. Dos de ellos se apoderaron como pequeñas pinzas de sus pezones, tirando suave y rítmicamente de las puntas, causándole un pequeño y agradable dolor. Dos hojas separaron sus labios rojos como las amapolas y una de las flores se pegó a su clítoris, el estambre lo succionó violentamente.

De pronto el frío que en un principio recorría su espina dorsal dio paso a un delicioso calorcillo. Sus músculos se relajaron, su sexo se humedeció. Otra de las flores pugnaba por entrar en su boca, la pequeña lengua se hizo más larga y gruesa, le separó los labios. A Sandra le pareció que nunca había saboreado un líquido más delicioso que el destilado por esa flor...

De entre una tupida mata de hojas vio avanzar hacia ella un tallo liso, grueso como un puño. Unas perladas gotas de savia manaban suavemente de la punta redondeada. La flor dejó su clítoris y el tallo se abrió lentamente paso entre sus piernas. Sandra tuvo por unos segundos miedo, pero al sentir en su vagina ese tallo que sorpresivamente era suave y cálido, dejó de temer...

Una semana después Marita citó a Sandra en la terraza de un concurrido café.
—¿Y, amiga? ¿Qué me cuentas? Hace una semana que ni me llamas.
Sandra lucía relajada, casi ausente. Con una extraña sonrisita en los labios contemplaba los árboles del parque.
—¿Sandra?...
—¿Sí? —Volteó hacia su amiga.
—¿Te sientes bien? ¿Te siguen molestando las llamadas?
—Las... ¡Ah, sí!— Dijo volviendo a mirar los árboles.—No, ya no, eso está bien.
—¿Segura? —Marita empezó a inquietarse.—Te ves un poco rara.
Sandra la miró fijamente a los ojos. Marita notó un ligero brillo verde en ellos. Le pareció extraño que después de tantos años de conocerla, nunca antes se había dado cuenta de que su amiga tenía los ojos de ese color.
—Todo está bien, no te preocupes, todo está muy bien, no podría estar mejor.



MONSIEUR JAMES, 10/06/2010 a las 14:17

NO PUDE EVITARLO

Me senté frente a mi teclado queriendo digitalizar algún deslavado poema o simplemente dejar que mis yemas se pusieran a la caza de letras y de esa manera llegar a conformar un texto que, al mismo tiempo que ameno, contuviera un sujeto interesante. Mi naturaleza, y todos mis “mi” taras que arrastro , imagino hasta la eternidad, había conceptuado otra historia de lujurias y placeres desmedidos.

Desde el punto final del primer párrafo se sucedieron algunas horas. Me distrajo el ruido de la lavadora, el teléfono, y la vecina con sus inalterables historias acerca de su pareja. Confieso que entre el ruido de la lavadora y la implacable vecina, prefería el primero, pero “mi” atávica educación me llevó de plano a desconectar la lavadora y embobarme en las confidencias, inalterables, de mi vecina.

Entre embobado y distraído estaba, cuando las confidencias de mi vecina se hacían cada vez más próximas a la intimidad…

*****

—Disculpe vecino, la verdad es que parece que le distraigo innecesariamente con mis cuitas, dijo;

En ese mismo momento, me dije para si, cálmese vecino, al tiempo que advertía que, a diferencia de días anteriores, ella lucía una falda, que aunque no era mini, dejaban perfectamente al descubierto un par de bellísimas piernas…

—¡no, no vecinita! Me apresuré a replicar, no es eso, no me mal interprete por favor, muy por el contrario su confidencia incita mi dedos a la digitalización;
—¡vecino! Agregó alzando la voz con un tono de enorme coquetería y un tanto ruborizada.
—vecinita, por favor (mis ojos demoraron en despegarse de sus rodillas, antes de mirarla fijamente) no, me diga que entendió “excita”, en lugar de “incita”— le pregunté con toda picardía.

El rubor y la turbación, hizo que de pronto se levantara de su asiento y se dispusiera a partir. Usando de toda mi “gansteril y lujuriosa diplomacia” (la tomé por los hombros, piel que al rozarla empeorara mi promiscua situación, ya que mi ardiente imaginación me llevaba una delantera de locos) me prometí calmarla.

—vecina, no es exactamente lo mismo, incitar que excitar, al menos en el contexto en que fue menester usara, le dije con toda propiedad.
—bueno vecino, es que usted habla tan re-bonito, que de pronto una mujer como yo fácilmente se enreda, ¿no?— agregó con la voz entrecortada.
—ese si es piropo— me apresuré a responderle, al tiempo que la invitaba a retomar su lugar en la silla.

Así lo hizo, con elegancia y con ademán a bajarse un poco la falda, persuadida ya que la tersura de sus piernas no me eran para nada indiferente.

—de veras— dijo, esta vez con la voz más clara, añadiendo con peculiar malicia —no debí ponerme esta falda tan extravagante, dejando entrever una hermosa y casi tímida sonrisa.
—¿extravagante?— le pregunté con teatral asombro y fijándole nuevamente la vista.
—un poco— no cree, susurro.
—no, no vecina, le susurré, osando acercar mis yemas hasta sus inquietas rodillas…

*****
Levanté las yemas de mi teclado y de pronto, volvió el ruido de la lavadora, el teléfono y mi vecina que, de pantalones y de pie, terminaba su inalterable y menos ameno monólogo.

—Disculpe vecino, no pude evitar no leer por encima de su hombro— dijo un tanto ruborizada…

1 comentario: