domingo, 4 de octubre de 2015

NIÑA, MUJER, HEMBRA Y POETA




Desperté simbólicamente embriagado de un perfume desconocido, dulce y ligero; era una fragancia mágica que persistía en mis sentidos y parecía perseguir mis afanes y mis locuras. Venía de una noche magnífica, cómplice de infinitos placeres y cuitas compartidas, debo decirlo, con algunos estragos y posibles temores, que sin embargo no hicieron más que aumentar la dosis de emoción vivida. Fue un cuento extraordinario con final feliz. Me entretenía buscando entre mis recuerdos, esa impronta vegetal que volvía a encender mis, cada vez más estrechas ilusiones. No tuve dudas, de pronto vino a mi envejecida memoria ese gusto a sidras y te recordé entonando con cariño… Te recuerdo Amanda, la calle mojada,… la sonrisa ancha, la lluvia en el pelo…
Fue una trilogía perfecta de mujer, niña y hembra y un hombre que adora el roce de la piel, las cosas inventadas, las sutilezas de los encuentros no programados y que se ajustan al rigor de lo que va sucediendo. La cadencia era prodigiosa, y el ritmo cardíaco aumentaba al unísono. La noche era calma y el tiempo febril, nos comimos los kilómetros en segundos gloriosos y dulcemente nos entregamos al cariñoso y encantador goce de nuestra propia “pervirtud”.
La distancia quedó atrapada en las esquinas de tu casa oliendo a especias y a verduras, a pan amasado. Éramos humo etéreo, perfumes confundidos por una buena entrega, pródiga, dulce, apasionada y libre, sin el vicio de la posesión a ultranza, esa que mortifica y convierte el placer en una suerte de rito y obligatoriedad impropias.
Nos despertamos en territorios y culturas diferentes, mirando el mismo sol, ese que iluminó con la complicidad de la luna, una noche que difícilmente llegaremos a olvidar, más amigos y cómplices que nunca.
Me levanté a ordenar palabras y tú a desordenar letras con esa originalidad que te vuelve poeta y te desposee de tu indumentaria básica.
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