lunes, 1 de diciembre de 2025

Jony Pizarro.

AUTOBIOGRAFÍA DE JONY PIZARRO Un corazón que insiste en levantarse Nací con la piel marcada por un destino que nunca fue sencillo. Mi infancia estuvo rodeada de silencios que pesaban más que cualquier grito, heridas que nadie veía y un dolor que me acompañaba como una sombra demasiado grande para un niño tan pequeño. Crecer no fue fácil. El mundo nunca me dio un manual, solo pruebas. Y aun así… siempre caminé. Pero entre todo lo difícil, entre el ruido y el miedo, dos figuras levantaron un faro que nunca se apagó: mi abuela Isolina Eliana y mi abuelo José Alfonso. Ellos fueron la brújula que me enseñó a seguir, los brazos que nunca se cerraron, la fe que nunca dudó de mí. Mi abuela, con ese amor que parecía tejido en oro, moldeó al hombre que soy. Mi abuelo, con su presencia firme y noble, me enseñó qué significa proteger, qué es ser familia, qué es amar de verdad. Cuando él falleció, algo dentro de mí se quebró. Fue como si el mundo perdiera un pilar y yo quedara tambaleando. Ese dolor no se fue… simplemente aprendió a caminar conmigo. Pero incluso en ausencia, él sigue siendo mi fuerza; cada decisión buena que tomo lleva un poco de su voz. --- El amor que marcó mi vida: Verónica Antes de que todo se desordenara, llegó Verónica, la mujer que transformó mis días y me mostró una forma de amor que aún hoy siento vibrar en mi pecho. Con ella construí casi diez años de vida, sueños, peleas, aprendizajes y una ternura que todavía ilumina recuerdos que no envejecen. Pero el verdadero regalo que esa historia me dio fue su hija: Catalina. Mi pequeña colibrí. La conocí cuando era una niña de tres años, y tuve el privilegio de verla crecer hasta la adolescencia. Nunca necesitó ser de mi sangre para ser parte de mi alma. Ella me hizo sentir padre sin decir la palabra. Ella me enseñó que el amor también puede venir con el tamaño de un abrazo pequeño. Hoy la extraño tanto que a veces siento que mi pecho guarda un espacio que solo ella podría llenar. Mi corazón la sigue necesitando. Y aunque la vida nos separó, mi alma… mi alma entera podría esperar su regreso. A ella y a su madre. Incluso hasta mi último aliento. --- Caídas que duelen distinto: Ruth Después vino otra historia. Una donde puse esfuerzo, cariño y esperanza… pero que terminó por lastimar partes de mí que creía indestructibles. Con Ruth viví días hermosos, sí, pero también una infidelidad que desgarró mi confianza desde la raíz. Fotos, mensajes… traiciones que me hicieron sentir pequeño, vulnerable, hundido. La perdoné. Y ese perdón fue el golpe más fuerte que me di a mí mismo. Porque luego de eso vino el dolor de una pérdida aún más grande: un embarazo que no llegó a ser vida. Un hijo que solo existió en sueños y en planes que nunca alcanzaron a florecer. Esa herida aún se siente como un cuarto sin ventanas dentro de mí, silencioso y profundo. Pero incluso con todo ese dolor, entendí algo que no sabía que necesitaba aprender: yo valgo. Yo siento. Yo merezco amor sano. --- Mi cuerpo, mi batalla La vida también me golpeó por dentro: la fibromialgia que convirtió mi cuerpo en un mapa de dolores; las crisis de pánico que intentaron arrancarme el aire; la sospecha de un cáncer de colon que puso mi alma a temblar. Pero aquí sigo. Respirando. Creciendo. Aguantando lo que muchos no podrían. Cada día que despierto es una victoria silenciosa que casi nadie ve, pero yo la cuento. --- Las personas que me sostienen Mi abuela Isolina, siempre. Mi abuelo José Alfonso, eterno. Mi pequeña colibrí Cata, en cada pensamiento. Verónica, el gran amor de mi vida, la presencia que mi corazón aún siente caminar dentro de él. Mi sobrina Monse, que llegó como un rayo de luz justo cuando mi alma más lo necesitaba, ayudándome a sanar, a recordar que todavía existen cosas puras, simples, hermosas. Y también estás tú, lector de estas palabras, testigo silencioso de un corazón que no se rinde. --- Reflexión final — en voz de alma He amado con fuerza. He perdido con dolor. He caído con rabia. He llorado hasta vaciarme. He crecido, incluso cuando prefería quedarme quieto. Y aunque la vida me ha doblado, nunca me ha quebrado del todo. Sigo siendo un hombre que protege, que siente profundo, que ama con todo, que extraña en silencio y que sueña aunque duela. Soy un alma que, a pesar de tantas tormentas, todavía mira hacia adelante buscando un amanecer que valga la pena. Porque al final, mi historia no es de desgracias: es de resistencia. De un corazón que arde, cae, se levanta y vuelve a arder. Y si alguna vez te pierdes, si alguna vez dudas de ti mismo, recuerda que incluso las almas más cansadas guardan un rincón de poesía que las mantiene vivas. Podemos ser poéticos y perder la cordura juntos.